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La vida te va alejando, a base de una realidad incontestable, del “wishful thinking”, que tanto mal está haciendo.
Esta falacia que consiste en tener en cuenta solamente las posibilidades a nuestro favor menospreciando el resto de las alternativas y posibilidades, dando como resultado, que pensemos que todo lo que deseamos debe convertirse en realidad.
Los “whishful thinkers” piensan que si algo puede ir bien, irá bien, mientras que la realidad, que es tozuda, te enseña que si algo puede fallar, prepárate al fallo, porque seguro que viene.
Hoy toca recordar un cuento que, desde hace ya bastante tiempo se me quedó guardado en la retina.
Un cuento algo “whishful thinker”, por qué no decirlo, pero que después de bastante tiempo, ese deseo se está convirtiendo en realidad, a base de trabajo.
Un cuento que, por leerlo mil veces, no te asegura que puedas alcanzar todas las metas que deseas pero que, una lectura de vez en cuanto, te recuerda que puedes conseguir mucho más de lo que crees y que lo único que puedes hacer es ponerte manos a la obra.
Mejor dicho, mover el culo.
Os dejo con el cuento del elefante. Espero que os guste.
“Cuando yo era pequeño me encantaban los circos, y lo que más me gustaba de ellos eran los animales. Me llamaba especialmente la atención el elefante que, como más tarde supe era también el animal preferido de otros niños. Durante la función, la enorme bestia hacía gala de un tamaño, un peso y una fuerza descomunales...Pero después de la actuación y hasta poco antes de volver al escenario, el elefante siempre permanecía atado a una pequeña estaca clavada en el suelo con una cadena que aprisionaba sus patas.
Sin embargo, la estaca era sólo un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en el suelo. Y aunque la madera era gruesa y poderosa, me parecía obvio que un animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su fuerza, podría liberarse con facilidad de la estaca y huir.
El misterio sigue pareciéndome evidente.
¿Qué lo sujeta entonces? ¿Por qué no huye?
Cuando era niño, yo todavía confiaba en la sabiduría de los mayores. Pregunté entonces por el misterio del elefante...Alguno de ellos me explicó que el elefante no huía porque estaba amaestrado.
Hice entonces la pregunta obvia:
"Si está amaestrado, ¿por qué lo encadenan?".
No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente.
Con el tiempo, me olvidé del misterio del elefante y la estaca... Hace algunos años, descubrí que, por suerte para mí, alguien había sido lo suficientemente sabio como para encontrar la respuesta:
"El elefante del circo no escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde que era muy, muy pequeño".
Cerré los ojos e imaginé al indefenso elefante recién nacido sujeto a la estaca. Estoy seguro de que, en aquel momento el elefantito empujó, tiró y sudó tratando de soltarse. Y, a pesar de sus esfuerzos, no lo consiguió, porque aquella estaca era demasiado dura para él.
Imaginé que se dormía agotado y al día siguiente lo volvía a intentar, y al otro día y al otro...Hasta que, un día, un día terrible para su historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino.
Ese elefante enorme y poderoso que vemos en el circo no escapa, porque, pobre, cree que no puede. Tiene grabado el recuerdo de la impotencia que sintió poco después de nacer.
Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese recuerdo. Jamás, jamás intentó volver a poner a prueba su fuerza.
Todos somos un poco como el elefante del circo: vamos por el mundo atados a cientos de estacas que nos restan libertad.
Vivimos pensando que "no podemos" hacer montones de cosas, simplemente porque una vez, hace tiempo lo intentamos y no lo conseguimos.
Hicimos entonces lo mismo que el elefante, y grabamos en nuestra memoria este mensaje:
No puedo, no puedo y nunca podré.
Hemos crecido llevando este mensaje que nos impusimos a nosotros mismos y por eso nunca más volvimos a intentar liberarnos de la estaca.
Cuando, a veces, sentimos los grilletes y hacemos sonar las cadenas, miramos de reojo la estaca y pensamos: "No puedo y nunca podré".
Esto es lo que te pasa, vives condicionado por el recuerdo de una persona que ya no existe en ti, que no pudo.
Tu única manera de saber si puedes es intentarlo de nuevo poniendo en ello todo tu corazón...¡¡¡Todo tu corazón!!!”
Jorge Bucay
A diferencia de los “whishful thinkers”, son muchas las personas que van por la vida con una estaca que le impide volar hacia su destino y otros mucho que, sabiendo que pueden librarse de ella, no lo hacen porque la inseguridad del camino a tomar y el miedo a enfrentarse a un nuevo y desconocido mapa de la vida, los mantiene encadenados.
Una vez liberados, hay personas que desean meter la quinta marcha y alcanzar sus metas en muy poco tiempo y hay otros que, como la fábula de la tortuga y la liebre, prefiere ir paso a paso.
Ya sabemos cómo termina la fábula.
Para aquellos que son más de paso a paso, es necesario que sepan que tu estrategia también es la correcta, que es más importante la dirección que la velocidad y, como dice James Clear en su libro, “Hábitos Atómicos“ infravaloramos la regla del 1%.
James Clear menciona que son las pequeñas mejoras (de 1%), aquellas que son casi perceptibles en el día a día, las que a la larga son las más significativas y las que consiguen verdaderos cambios.
En el libro describe que si logras mejoras diarias del 1% cada día durante un año, terminarás siendo 37 veces mejor al final de los 365 días.
¿Solo un 1% cada día? Si, haz la cuenta.
Charlie Munger, descanse en paz tenía una premisa:
“Veo constantemente ascender en la vida a personas que no son las más inteligentes, a veces ni siquiera las más diligentes, pero son máquinas de aprender. Se van a la cama cada noche un poco más sabios de lo que eran cuando se levantaron, y vaya si eso ayuda, sobre todo cuando tienes una larga carrera por delante”.
Esta frase y la estrategia del 1% concuerda con el enfoque de Bill Gates:
“La mayoría de nosotros sobrevaloramos lo que podemos hacer en un año pero infravaloramos lo que podemos realizar en una década”.
Si tenemos algo que anhelamos, toca ponerse manos a la obra y determinar cómo hacerlo, si como dices Jame Clear en su libro “Hábitos atómicos“, lo hacemos obvio, atractivo, fácil y satisfactorio o si optamos por alguna otra manera.
Pero antes de eso, la pregunta tonta que tenemos que hacernos es:
¿Cuál es mi estaca y para qué queremos liberarnos de ella?
Parece simple, pero no lo es en absoluto.
Yo, en menos de un mes, espero disfrutar de algo que se está haciendo realidad después de liberarme hace ya bastante tiempo de una pequeña estaca.
Hasta aquí la entrada de hoy, como siempre, muchas gracias por llegar hasta el final, espero que haya gustado.
Referencias
El elefante encadenado (Jorge Bucay): enlace
James Clear: enlace
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